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Los Colores Exteriores c34

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Capitulo 34 – La Antena de los Antibronis



Una tarde en carretera y un autobús. Asfalto oscuro, líneas amarillas, líneas continuas y otras intermitentes. Postes altos, líneas telefónicas, cables de luz y algunos montes a la distancia. Vegetación pequeña, árida. Pastizal y Mezquite. Un cielo azul con nubes blancas, pero al cerrar por un momento los ojos, con un par de pesados parpados cargados de cansancio, comenzó a soñar:

Fue así que se dibujaron hermosas y altas montañas de cantera azul, gris y purpurea. Campos llenos de pasto y vida, de tonos tan variados de verde que pasaban sutilmente del olivo hasta un color casi azul. Un cielo majestuoso, con nubes blancas y puras, que formaban espirales, cúmulos, cirros, pero se transfiguraban en enormes palacios. El canto del agua llevada por los ríos o placiendo dulce en los lagos, cayendo alegre en las cascadas. Había vida en esos paisajes, había magia en aquel cielo, había amistad, confianza y amor en aquella tierra.

¿Dijo amor?

Sí. Esa palabra cambiaba el canto del agua en una risa dulce y melódica, el transitar del viento en la caricia de una saeta al vuelo, el tonó azul profundo del cielo al anochecer y el blanco limpísimo de las nubes, en los tonos infinitos de un prístino arcoíris.

Ella tenía que saberlo, no podía esperar más. El valor ardió poderoso en el corazón de un poni, al tiempo que un par de ojos dorados, escondidos tras el cristal de unas gafas, rebuscaron por todo el mundo a su alrededor a la espera del brillo violáceo de otros ojos, agudos de pegaso.

Y entonces, una risa en canto, un movimiento saltarín, y mucho color rosa.

— ¿Pinkie…? —Mails despertó.

Un par de ojos azules lo miraban desde el asiento de adelante del autobús, y una sonrisa apareció en un rostro enmarcado por una abundante melena rizada y castaña.

—Oh, Diana, eres tu… —corrigió el joven Álvarez, suspirando tranquilo un momento y luego…

…una, dos, tres décimas de segundo…

—Diana…¿¡eres tú?! —desconcertado, la miró fijamente para asegurarse de que era ella y se talló los ojos para cerciorarse de que él no estaba soñando —pero… pero… ¿Qué haces aquí?  

—Vine de viaje contigo. ¿No es obvio? —respondió alegre la chica.

—¿Conmigo? Pero ni siquiera sabes a donde voy… —Mails la analizó con la mirada. Su última afirmación casi salió de sus labios con tono de pregunta.

—No. No lo sé. Pero ¿y qué? Vas tú para allá así que seguro será divertido…

Natanael Álvarez hizo tres gestos en rápida sucesión. Abrió la boca y los ojos, incrédulo, mostrando las palmas de sus manos en un gesto que decía “¿porque?”, para luego señalar a un lado con ambos brazos y ojos, musitando “¿pero cómo?”, para luego golpearse la frente con la palma de su mano derecha, negando con la cabeza como diciendo “olvídalo”.

—Bueno, ahora que estas despierto, ¿puedo sentarme ahí? —la chica señaló el asiento entre la ventana y el que ocupaba el chico que entonces estaba ocupado por una mochila de su propiedad.

—Ahm… bueno si supongo que… —pluf. El mochilazo le sacó el aire, pues sin esperar a su respuesta, Diana ya había salido de su asiento, cruzado frente a él, tomado la mochila y se la lanzó sobre el regazo a Mails, sentándose luego ella en el asiento junto a la ventana.

—Oh, mira, ¡unas vacas!

—Ajam, hay muchas por aquí. Esta región del país es famosa por su producción lechera —respondió Mails con un dato de trivia para luego cambiar de tema —¿crees que las chicas se las arreglen para tener listo todo a tiempo para el musical?

—¡Pero claro que lo harán! —respondió contenta la chica sin dejar de mirar por la ventana. Su mejilla se aplastaba contra el vidrio como si quisiera atravesarlo. —Moni no será linda como Fluttershy, pero seguro es lista como Twilight. Y tiene la ayuda de Dulce, que aunque no sea tan glamorosa como Rarity, es trabajadora como Applejack. Sin mencionar a que si bien, Alicia no es decidida como Rainbow, si es amable como Fluttershy y aunque a Amanda le falta la total sinceridad de Applejack, si tiene el esmero de Rarity.

»La única que aún no coopera del todo es… ¿cómo se llama la chica que interpreta a Twilight?

—Sarah…

—Sí, ella. Se nota que tiene el ánimo competitivo de Rainbow, pero preferiría que fuera más amistosa como Twilight.

—Lo sé. Parece interesada solo en que los demás le pongan atención, pero hey —volteò Mails sonriendo —tal vez solo necesita acercarse más a la serie. Si viera un poco más de MLP descubriría que no es por fama que hacemos todo esto.

—Sí creo que tienes… oh, ¡mira! ¡Burritos! —se distrajo sonriente la chica.

—Ahm… si bueno la gente los usa mucho aquí y… —se detuvo al resignarse a que la tención de Diana difícilmente podría estar en una sola cosa al mismo tiempo.

Mails se acomodó en su asiento mirando al techo del autobús.

Su mente estaba haciendo un esfuerzo para tratar muchas cosas al mismo tiempo.

Antes de partir de viaje, había tenido una larga semana para preparar todo para el Gran Musical que se organizara después de que el Decano les viera actuar en la explanada frente a la Biblioteca.

Todo debió salir pronto. El departamento de Procesos Gráficos de la Universidad les había permitido imprimir posters y volantes para hacer publicidad oficial, dado que ahora sería un evento académico reconocido y avalado por las autoridades.

Mails entonces desempolvó sus habilidades de ilustración y su anticuado conocimiento de Corel Draw e hizo un pequeño cartel que serviría de promoción para el evento:

En un bien iluminado escenario, dibujo las siluetas de las Seis Principales, como entonando una canción y vestidas de gala. Frente al escenario, la figura poco definida de varios otros ponis que tocaban instrumentos muy variados como una orquesta.

—¿Quién es el maestro de ceremonias? —preguntó Moni viendo el cartel.

En el lugar del director de la orquesta, cargando una batuta entre su casco y su menudillo, un poni de pelaje rojo parecía dirigir a las seis ponis mientras cantaban en la ilustración del poster.

—Algún poni de relleno y sin mayor importancia —respondió Álvarez desviando el tema de inmediato.

Todo había quedado a tono para ese mismo viernes. Las chicas se habían comprometido tanto y todas eran tan talentosas que en realidad no requerían de Mails para hacerse cargo. El Decano había dejado en sus hombros una gran responsabilidad, pero lo que más alivió al broni de las gafas, fue que sus amigas (porque podía llamarlas así sin duda) se encargarían de tenerlo todo listo a tiempo para su regreso…

Su regreso… ¿a dónde iba en primer lugar?

Aquel poni de relleno sin mayor importancia… que por descuido, había puesto en peligro las vidas de sus mejores amigas, las Seis Ponis de la Armonía, convertido ahora en un joven de relleno sin importancia, debía hacer hasta lo imposible por revertir el daño y evitar toda amenaza.

Los ojos desquiciados de Sharplooking se dibujaron en su mente, y sobrepuesta a la imagen de aquel chico rubio que había visto en el vestíbulo de la Biblioteca, apareció el rostro de un poni de grandes y perturbadores ojos azules. Ese chico y ese poni eran el mismo ser, tal como el poni rojo de ojos dorados compartía la misma esencia del broni de anteojos…

El día en que los bronis de la Universidad se juntaron para cantar juntos “Envolviendo el Invierno”, Mails llegó a su casa desconcertado. Abriendo el arrugado papel que el chico rubio y paranoico le entregara, encontró una serie de números.

“Coordenadas”, pensó de inmediato, y entrando a internet con su pequeña computadora portátil que mantenía siempre encendida, investigó.

Él adoraba esas tomas aéreas del mundo que, gracias a la maravilla de la fotografía satelital eran posibles, mostrándole rincones del mundo que tal vez jamás vería en la vida real.

Sin más ceremonia, tecleo los números en el buscador, y espero a que el mapa se moviera solo hasta la ubicación requerida.

Lo siguiente que Álvarez pudo ver en su computadora, fue una especie de valle, una barranca natural, formada por el paso constante de un rio a lo largo de los años. Bordeada de arboles y pasto, parecía que para cuando la foto fue tomada, el rio se había secado completamente.

Confuso, redujo mas el zoom para ver más ampliamente la toma. Solo arboles y mas pasto.

Menos zoom. Le pareció ver escombros y… ¿esos tres pixeles marrones no son una ardilla?

Un zoom out más… Malla ciclónica y algunas casas. Un vecindario y calles pavimentadas.

Aquel paraíso verde, parecía ser una pequeña barranca no urbanizada en medio de una enorme ciudad muy poblada. Edificios altos, calles repletas de autos, incluso personitas transitando, congeladas en la memoria del monstruo virtual del internet, desde sus poderosos ojos en órbita que todo lo miran.

Apartando sus ojos un poco del monitor, pues tenía la costumbre de acercarse a escasos milímetros de él cuando algún detalle del tamaño de un pixel captaba su atención, Mails se recargó pensativo en el respaldo de su silla giratoria.

¿Qué rayos acababa de ver? ¿Qué estaba buscando en primer lugar?

¿Cómo se supone que se vería un portal interdimencional? ¿Sería una cueva? ¿Estaría bajo tierra?

Sería una mentira decir que el joven conservaba con detalle todos y cada uno de sus recuerdos de lo que había vivido en el mundo poni. Aquellas coloridas y bellas imágenes eran como borrosos y distantes sueños que sentía haber tenido hace muchos, muchísimos años. Esa perspectiva lo hacía sentir extrañamente viejo.

Tal vez, el paso de un mundo a otro también arrancaba de cada esencia, no solo el cuerpo, sino también aquello que no la hacía única y especial. Tal vez, al volver, solo pudo conservar aquello que más lo marcó de aquel lado… aquello que de verdad lo hizo cambiar a un nivel profundo.

O tal vez, mientras que Burning Spades era un sabelotodo insoportable, Natanael Álvarez era apenas un bufón olvidadizo.

Se sacudió la cabeza confuso, como queriendo alejar aquellos pensamientos complejos antes que le causaran una jaqueca, cuando le pareció que a la superficie de su mente emergían palabras tan significantes como simbólicas…

“Muy alto o muy profundo…”

Escuchó la sentencia en su mente como leída de un extraño y prohibido libro, como exhumada de las paginas perversas de algún tomo cuya infamia lo ponía al nivel del Necronomicón, del De Vermis Mysteriis, del Unaussprechlichen Kulten, de los Manuscritos Pnakóticos y de una larga lista más de grimorios tan malvados como ficticios… y se suponía que Spades era el sabelotodo…

—Los Colores Exteriores… —Murmuró después una voz idéntica en el silencio de la noche, y Mails apenas si pudo darse cuenta de que era su propia voz la que susurraba.

¿De verdad pensaba salir de viaje a buscar una extraña pista sobre un portal a otra dimensión? Sonaba como una ridiculez salida de algún fanfic mediocre. Hacerlo, suponía que creía en la palabra de Sharplooking… de hecho, suponía que de hecho, ese chico rubio era en efecto el poni espía, y suponía admitir que el mismo era… o había sido… o seguía siendo de alguna manera, un poni.

—¿En qué piensas? —La voz alegre de la chica castaña sacó de su ensoñación a Mails, recordándole que ya no estaba en su cuarto la noche anterior, sino se encontraba en un autobús, era de día y se encontraba sentado junto a Diana.

—En que… bueno, es… complicado —los ojos del chico se fijaron en el forro del techo del vehículo mientras hablaba. Le costaba mirar a alguien a los ojos cuando hablaba de sus pensamientos profundos… o de sus sentimientos —¿Alguna vez te has preguntado si… no fuera posible que los sueños fueran en realidad proyecciones de recuerdos de otra vida…? Bueno, no otra vida como en la reencarnación… sino más bien, memorias de otro ser, de otra creatura con la que compartes la misma esencia… la misma “alma” y que quedan como imágenes residuales en tu mente sembrando la duda de si serán reales o no… no sé si me entiendes…

Los brillantes ojos azules de Diana centellaban en un hermoso contraluz en que los rayos del sol de la tarde se colaban entre los rizos de su abultada melena castaña. Su reluciente sonrisa no decayó ni un instante cuando dijo comprensiva y alegre:

—No, la verdad no te entiendo nada…

Mails gruñó, cruzándose de brazos pensativo, hundiéndose en el respaldo de su asiento.

—Bien, entonces lo diré de otra manera… pero por favor no vayas a pensar que estoy loco —advirtió mirando preocupado a la chica.

—Oki doki, no lo pienso.

—¿Estás segura? Porque si alguien me dijera que no vaya a pensar que está loco por lo que me va a decir, lo primero que pensaría es que de hecho lo está aun antes que lo dijera.

—Muy segura. No lo pienso.

—¿De verdad no lo piensas ni un poco? —se cercioró Álvarez haciendo una seña de juntar los dedos índice y pulgar de su mano.

—No —respondió la sonriente chica, para después agregar —Espera, espera… tal vez…

Diana levanto sus manos mientras sus ojos se movían inquietos como si siguieran el movimiento de una mosca errática. A Mails le aprecio que rebuscaba más bien entre los pensamientos de su cabeza. Esto no lo tenía tranquilo y Álvarez llegó a sentir sincera consternación… y un poco de desconcierto.

—No —dijo finalmente la muchacha castaña, bajando sus manos de vuelta a su regazo y sus pupilas de vuelta hacia el joven Mails —No lo pienso ni un poco.

—Bueno, entonces… —tragó saliva y se acomodó los lentes —¿Qué me dirías si yo te dijera que… en realidad soy un poni?

El tiempo pasó y se hizo el silencio. Los ojos azules de la chica no se movieron un centímetro y su sonrisa no decayó siquiera un poco. Incluso los postes de la luz dejaron de moverse afuera de la ventana del autobús. Se quedaron congelados y borrosos, como un raro manchón en una foto tomada en movimiento.

En realidad pasó solo una décima de segundo, pero a Mails le pareció una eternidad.

—Diría que no es cierto —respondió de inmediato Diana sin dejar de sonreír.

—Bueno, sí, no es estrictamente…

—En primer lugar, los ponis tienen bonitos pelajes de colores, y tú no —lo interrumpió ella antes de que el chico pudiera acotar su respuesta —en segundo lugar, los ponis tienen cascos, no manos ni pezuñas, cascos, y tú tienes manos.

—Sí, entiendo, lo que quiero decir…

—Además, los ponis caminan sobre cuatro piernas, y tú solo en dos. Sería difícil e incómodo para un poni andar en dos, aunque te diré que me pareció haber visto a Heartstrings una vez…

—De acuerdo, ok, comprendo tu punto, justo ahora no soy un poni per se… —aclaró Mails alzando la voz solo un poco. —A lo que me refiero… es que tal vez lo he sido… en otro momento… en otro mundo… aunque eso sea aún más difícil de creer.

—No veo porque tenga que ser difícil de creer. —respondió la chica para su sorpresa. —Digo, a final de cuentas, si lo fuiste en otro mundo, todo lo que has vivido como poni, pertenece a ese otro mundo y aun sin pruebas en este, creer es posible. Creer es siempre posible aun en contra de toda posibilidad.

Los ojos de Natanael Álvarez se entornaron. La respuesta de Diana lo había sorprendido y lo más sorprendente era precisamente que parecía tener toda la razón. A final de cuentas, él era, y no era Burning Spades. O podía serlo o haberlo sido antes, o jamás serlo o no haberlo sido nunca en realidad, dado que en ese mundo solo era Mails, y lo que en otro mundo sucedía pertenecía a ese otro mundo.

El viaje transcurrió sin novedades y Álvarez se quedo dormido un buen rato. La vida de un vago de internet se desarrolla mejor durante la noche, pero el sueño atrasado cobra factura en cuanto la atención del sujeto se dispersa y el cerebro se da sus escapadas de sueño por la puerta trasera.

Por su parte Diana canturreo todo el paseo, dando saltitos inquieta en su asiento a veces y comiendo el sándwich que le ofrecieron durante el viaje, así como el de Mails que, estando profundamente dormido, no parecía incomodo al respecto.

Algunas horas después, cuando el sol de la tarde ya comenzaba su descenso por el cielo despejado, el autobús arribó a la Ciudad Capital. Altos edificios bordeaban las autopistas y avenidas principales, y los ojos de Diana se esforzaban por encontrar la cima de aquellas enormes construcciones grisáceas. Ella era una chica de pueblo, y jamás había estado en una urbe como aquella. El interior del vehículo comenzó a enfriar, y fue esa sensación de tener los antebrazos y los codos fríos la que despertó a Natanael, quien rebuscó entre sus cosas una delgada chamarra negra con forro de lana para abrigarse.

—¡Pero si ya hemos llegado! —metió las manos en su mochila donde guardaba su PC portátil, cámara fotográfica, teléfono celular y un mapa que había tenido precaución de imprimir con algunas notas al respecto —Prepárate para bajar Diana…

El chico se interrumpió de pronto. No sabía realmente a donde iban con exactitud. Tenía mapas e instrucciones trazadas con anticipación por el mismo, cuando, siguiendo indicaciones de páginas que describían el sentido de las calles o que aconsejaban rutas prontas a seguir, obtenidas apenas la noche anterior cuando sus jóvenes ojos se habían acostumbrado apenas a la fría luz del monitor de su portátil en medio de la oscuridad y silencio reinante de su casa. Pero no tenía ni una idea concreta de a donde se dirigía.

El autobús paró. La gente comenzó a descender y Mails sabía que la primera regla para conducirse en el mar de gente de la selva gris de la Ciudad Capital era no parecer turista ni parecer perdido. Los turistas son los que más peligro corren y los perdidos usualmente jamás son encontrados. El había visitado algunas veces antes la Capital en compañía con sus padres y sabía que, si bien el peligro vive en el corazón de todas las ciudades humanas, pocas en el mundo tenían tan mala fama como aquella.

Grande, basta y terrible, sus calles se extendían a lo largo de kilómetros y kilómetros en la cuenca de lo que había sido un lago en un tiempo del que los humanos apenas si tenían memorias. Barridas por las escobas del tiempo y la destrucción, el odio y deseo de dominio, el testimonio de ciudades antiguas, culturas pasadas e ideas y sueños perdidos se había deshecho entre el lodo de aquel fenecido lago.

La central de autobuses rezumaba gente. Personas, montones de ellas, a un lado y otro, yendo en todas direcciones, amontonándose y apretujándose en un vaivén de subidas y bajadas, paradas y partidas, bienvenidas y adioses.

En una situación como esa, lo menos que se puede hacer es tener en mente el camino a seguir, y caminar evadiendo obstáculos móviles e inmóviles, hasta alcanzar tu salida y continuar más allá.

Y si bien, la mente de Mails poseía la capacidad de enfocarse como un rayo láser, pedir que un pensamiento concreto ocupara exclusivamente la mente de Diana por más de dos pestañeos era ser demasiado exigente.

La chica castaña se encontraba abrumada por el peculiar movimiento y colorido que daba vida a la central. Los dulces de las tiendas, las maletas decoradas de los niños resguardadas en las manos de sus padres, los anuncios apareciendo en televisores y muebles urbanos, las personas vistiendo pintorescos atuendos indígenas. Sus ojos brillaban como si cada pieza del entorno fuera algo completamente nuevo y por descubrir.

Temiendo por la seguridad de su inesperada compañera de viaje, Álvarez la tomó de su muñeca adornada por pulseras coloridas y tiró de ella llevándola tras sus pies mientras que los ojos de la muchacha eran atrapados una y otra vez por la vistosa apariencia que para ella tenía todo a su alrededor.

Mientras tenía a Diana sostenida del brazo, los ojos del broni, refugiados tras sus gruesas gafas semi-cuadradas inspeccionaban a ratos el mapa, las indicaciones y el camino por delante.

Pasillos, escaleras automáticas, puerta tras puerta. La luz de la tarde saludo al par de jóvenes cuando salieron por fin del enorme edificio al que había arribado su transporte. Con una mano de dedos diestros, guardó el mapa, metiéndolo en la bolsa de su abrigo. La ciudad era fría, dado su cielo nublado y a pesar de que aquel día tenía más luz de sol que el promedio.

Caminaron por la calle, hasta que con un movimiento que trataba de no verse demasiado forzado, pidió a un taxi se detuviera. El pequeño y viejo coche se detuvo, y, nervioso, Álvarez comprobó que hubiera un número de licencia y un engomado de validez para aquel vehículo público.

—Siempre me ha gustado como se te frunce el ceño cuando te preocupas —dijo Diana sin dejar de sonreír después de que el chico le cediera el paso al interior del auto y el ocupara el asiento a su lado.

El gesto de Mails se suavizó y sus ojos recuperaron pronto la expresividad vivaz que aprecian perder cuando su rostro se volvía extrañamente duro con un gesto malencarado.

—¿De qué hablas? ¿Cuándo me has visto preocupado…?

Diana se llevó su mano sobre la barbilla con un dedo sobre los labios en una pose pensativa. Estuvo por responder cuando el broni se dio respuesta a sí mismo.

—¿Fue acaso durante el día del recital en la explanada? No me sentí preocupado… ¿lo parecía?

—No, realmente no, pero creo que debió haber sido ahí —Una amplia sonrisa se pintó en los labios de ella mientras se encogía de hombros.

Si había mucha gente en la Ciudad Capital, nada lo evidenciaba tan abrumadoramente como la descomunal cantidad de autos que poblaban sus calles y avenidas.

El tráfico era posiblemente, junto con la inseguridad y la contaminación, uno de los peores males que aquella urbe sufría. Era el sello distintivo de la sociedad humana cuando ha dado rienda suelta a su crecimiento desmedido.

Un par de horas en el taxi, y los ojos de Mails iban y venían de su mapa hacia la calle donde leía los nombres de cada vía tratando de reconocer alguna. Ya comenzaba a oscurecer cuando llegaron a la delegación que estaban buscando. El coche subió por empinadas calles, que evidenciaban que aquella parte de la ciudad había sido construida sobre las laderas de montes que, seguramente rodeaban el valle que los chicos buscaban.

Pronto dieron con las calles adecuadas, y el conductor del taxi se extrañó un poco al recibir su pago y ver bajar a ese par de muchachos en una intersección de calles con ningún lugar de interés a la redonda. Aquellos parecían ser edificios de oficinas, pero para aquella hora, los horarios de atención se habían terminado y se encontraban cerrados.

Mails echó a andar calle arriba, cuando, al descubrir un peculiar callejón dio un vistazo más a su mapa.

—Tal como imaginé. Las fotos del satélite son viejas y el lugar ha cambiado bastante en estos… 5 años. —dijo alegrándose de que aquel feo callejón no hubiera cambiado en nada en todo un lustro.

—¿Qué es lo que buscamos? —Preguntó Diana inquieta.

—Eso —señaló su broni internándose decidido en la callejuela mientras la chica escrutaba la oscuridad de que lo rodeaba.

—Más allá de esta reja —Dijo Mails tratando de escalar una desgastada pero aun solida pared de malla ciclónica, apoyando un pie en un contenedor de desperdicios. Era obvio que, aunque delgado, la labor física no era su fuerte —se baja a una barranca. En el fondo de ella encontraremos lo que hemos venido a buscar…

—¿Y qué es eso? —dijo la joven castaña, mirando alrededor, hacia la calle y hacia abajo del baldío que se extendía más allá del cerco

—Aun no lo sé… en realidad… no tengo idea que forma o tamaño debe tener, pero debe ser lo suficientemente grande para que un buen número de anti… —se interrumpió el chico, había logrado cruzar una pierna del otro lado y tenía problemas para pasar la otra. —de personas, quiero decir, un buen número de personas deben poder… cruzarlo… ¿Diana?

La chica ya no lo estaba escuchando. De hecho, había abandonado el callejón y no se veía por ninguna parte. Los edificios que bordeaban el sendero le impedían ver a Mails a donde había ido la muchacha, pero le pareció escuchar sus animados pasitos, como dando saltos, alejarse calle abajo.

—¿A dónde vas? —gritó, como montado sobre la cerca, con una pierna de un lado y otra del otro.

Preocupado, trató de bajar, pero los alambres de la cerca se enredaron en su pantalón, haciéndolo caer violentamente al suelo, golpeándose la espalda.

Adolorido, y caminando raro por el golpe, se levantó como pudo y salió corriendo del callejón buscando a Diana sujetándose su muy golpeada espalda.

Soledad, total y completa. Había un extraño silencio en el aire. Aquel silencio repleto de extraños y artificiales murmullos distantes de las grandes ciudades. Color gris y penumbra. El sol se comenzaba a ocultar en la distancia y el cielo comenzaba a tomar tonos de azul descolorido más oscuro.

Los pasos de Mails, ahora trémulos, raspaban el asfalto de la calle mientras su mirada alerta buscaba con una desesperación creciente a Diana. ¿Y si se había perdido? ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si alguien le había hecho algo?

Comenzó a sentirse culpable y muy tonto. Temía que en su ridícula e infundada misión, hubiera conjurado sobre su nueva amiga un mal que ella no había buscado ni tampoco merecía.

Un peso terrible se quito del corazón del joven cuando, dando vuelta en una esquina algunas calles abajo, descubrió la silueta, muy colorida y luminosa, como recortada contra un mundo tenue y gris, de la alegre broni de cabello castaño. Con sus ojos inquietos miraba hacia el frente, en la bocacalle, a unos cuantos metros de donde su amigo caminaba más aliviado.

—¡Diana…! ¿Por qué te fuiste? Yo…

La chica caminó un poco y se adentró en la calle. Aun a pesar del dolor, Álvarez tuvo que apresurar el paso para alcanzarla, y al llegar a la entrada de aquella calle se percató de que mas, bien, era el acceso a una propiedad privada:

Tan pronto como el camino se adentraba en el terreno, era obstaculizado por lo que parecía ser una caseta de vigilancia que tenia sendas plumas a cada lado. Las barras de metal pintado estaban envueltas en algún tipo de material plástico, denotando que estaban nuevas y nunca habían sido usadas, mientras que la caseta, completamente vacía y abandonada, tenia severas señales de descuido.

Más allá de aquel destartalado punto de control, con paso curioso pero lento, como de enorme asombro, Diana caminaba calle arriba dirigiéndose hacia el interior de la propiedad.

—¡Diana! —pronunció Álvarez tratando, al mismo tiempo, de gritar, haciendo un cono con sus manos frente a su boca, y de susurrar, para no ser oído por algún guardia imaginario que no veía por ningún lado. —¿a dónde vas? Eso parece propiedad privada.

No solo parecía. Un letrero en uno de los muros que la rodeaba lo declaraba con toda claridad, añadiendo una gentil amenaza a los invasores:

“Propiedad privada. Se consignará a las autoridades a quienes sean sorprendidos allanándola”

Pero nada parecía detener a la alegre muchacha. Más animada, casi dando saltitos, se adentró calle abajo por la desierta calzada de concreto, hasta que la mano de Mails, le dio alcance sujetándola por el hombro cuando el chico, haciendo acopio de valor, se lanzo en una carrera tras ella sobre poniéndose al dolor de su magullada espalda.

—¿Qué es lo que haces? ¡no debemos estar aquí!

—Pero si es precisamente lo que tu querías hacer al saltar aquella barda, —dijo sonriente y despreocupada la chica —llegar aquí.

—Pero…

Un instante de reflexión le reveló a Mails que era cierto. No lo había notado, porque los altos edificios apostados a cada lado del callejón lo habían ocultado de su vista, pero aquella desértica propiedad estaba construida justo en medio del valle y descendía hacia el fondo de la barranca.

Y es que aquel paisaje había cambiado más que solo un poco en los cinco años desde que el satélite tomara fotografías de ese lugar hasta entonces. En ese tiempo, un enorme y muy alto edificio había sido construido en el fondo de la barranca, un edificio que yacía ante los jóvenes con aire sombrío y silente, como las aterradoras estatuas de ángeles en los cementerios, que asustan por su inusual quietud y majestad.

En la cima de la de por si alta edificación, una larga y afilada antena la coronaba, elevándose al cielo como una aguja de colores rojo y blanco.

Se trataba de una estructura de telecomunicaciones cualquiera, de aquellas que difunden las redes de telefonía celular, pero algo siniestro la ensombrecía, recortada contra el cielo cada vez más oscuro de la tarde, como si su soledad en aquella inhóspita barranca guardara un secreto inmusitable.

Los pies de Mails se movieron casi por si mismos, con los ojos y la mente abstraída completamente ante la visión ominosa de aquella construcción. El cerebro embotado por la preocupación del joven se liberó entonces, dando rienda suelta a su imaginación desbocada, trazando teorías y tejiendo posibles misterios acerca de que era ese lugar y que secretos encerraba.

Viéndola de cerca, aquella propiedad parecía tener ya algún tiempo de haber sido terminada, pero algunas ventanas, estructuras y postes, seguían envueltos en sus embalajes originales o en películas protectoras como si hubieran sido recién colocados. Estas envolturas estaban desgastadas y rotas, ajadas por el sol y el viento. Esto le daba un extraño y siniestro toque a aquel lugar, que aprecia haber sido construido, terminado, pero jamás usado, como si hubiera permanecido abandonado desde su finalización.

La calle, estructuras de iluminación y el edificio al fondo, tenía una apariencia lujosa y elegante. Tal vez se hubiera tratado de un edificio de departamentos o de oficinas de muy alto nivel económico si quienes lo construyeron no lo hubieran abandonado antes de comenzar a usarlo.

Sin darse cuenta, pronto ambos chicos habían caminado hasta el final de la calle y se encontraban maravillados a la entrada de la edificación. Después de un amplio estacionamiento, una explanada grande y escalonada conducía a un par de puertas de cristal, cuyas manijas seguían cuidadosamente envueltas para evitar todo tipo de ralladuras en el vidrio y el metal de sus remaches.

La vista de Natanael se concentró nuevamente en lo alto del edificio. La estructura de negro y cristal parecía curvarse sobre él en toda su terrible altura, y en su cima apenas lograba destacar la roja aguja de aquella antena solitaria.

—Muy alto… —dijo el joven casi susurrando —o muy profundo…

—¿Qué cosa? —respondió Diana alegre y parlanchina rompiendo completamente la atmosfera de drama y misterio.

—Es aquí, —dijo Mails —Lo que vinimos a buscar. Es aquí.

Su voz se había tornado grave y en la penumbra a la sombra del edificio, sus ojos se veían velados por el reflejo presente en las pulidas superficies de sus anteojos que, de ser redondos, habrían recordado las duras facciones de un poni rojo que había vivido a infinitos millones de años de distancia en tiempo y espacio.

Aun con todo su aire sombrío, la sonrisa de Diana no hizo más que intensificarse, y los chicos pusieron manos, pies y ojos a la obra dispuestos a resolver un primer misterio: ¿Cómo entrar?

Mientras tanto, a la entrada de la calzada que conducía hacia la puerta del edificio, tres siluetas enfundadas en negros trajes descendían de una discreta camioneta igualmente negra.

Seis ojos escrutaron el aire de la noche mientras que tres narices olfatearon en la atmosfera con saña. Tres capuchas negras y tres rostros blanquísimos, idénticos, de mejillas sonrosadas, infames bigotes negros, barbas recortadas, cejas alzadas y burlonas sonrisas descendieron incólumes por la calzada cargando fósforos, gasolina, un hacha y un revolver.
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